miércoles, 25 de febrero de 2009

Posteo de corte

O sea, que voy a hablar de varios libros porque algo pintó así todo juntito y en su proporción, cual blend literario (y porque hace mucho que no publicamos, así que hay que arremeter). Viene de debate la propuesta, además, por eso agradeceré comentarios como respuesta.


Voy a ir recorriendo salteadito una nota de Guillermo Martínez, "Elogio de la dificultad", que publicó ya hace bastante (abril de 2001: yo y mis novedades) en Clarín.

Cada vez que se habla de lectura, maestros, escritores y editores se apresuran a levantar las banderas del hedonismo, como si debieran defenderse de una acusación de solemnidad, y tratan de convencer a generaciones de adolescentes desconfiados y adultos entregados a la televisión de que leer es puro placer. Interrogados en suplementos y entrevistas hablan como si ningún libro, y mucho menos los clásicos, desde Don Quijote a Moby Dick, desde Macbeth a Facundo, les hubiera opuesto nunca resistencia y como si fuera no sólo sencillo llegar a la mayor intimidad con ellos, sino además, un goce perpetuo al que vuelven todas las noches.

Hace justo algunos días, encontré muy barato por las librerías de Corrientes, editado por De Bolsillo, Moby Dick, en su traducción por el grande de Enrique Pezzoni, que yo tengo en una vieja de Sudamericana-Fondo Nacional de las Artes. (Dudé y por eso no había publicado aún, porque la edición tiene un solo tomo y eso me sonaba raro.) Entonces -como ahora, je- quería contarles que es un libro inmenso, no solo por sus mil páginas, maravilloso, con el cual me llevé una sorpresa digna de sus dimensiones: resulta que cuando asumí que iba a leerlo, pensaba que iba a tener que enfrentarme a la paciencia, la disciplina, el espíritu investigativo de libros difíciles. Pero, muy por el contrario, hallé una historia y una voz como un barco que me llevaba comiendo vértigo y dejando estela. Cuando lo leía pensaba en la posición lectora de mi madre: una lectura que busca educarse a través de la imaginación literaria, encontrar el mundo y los conocimientos más diversos a través de ella. En esto, Moby Dick es generosísimo.

Y con ello me acordé de otro de los gigantes librescos que hubiera leído sin que me mandaran hacerlo (por eso, no insisto con Don Quijote): la saga de El señor de los anillos (comenzando por El hobbit, claro). No dudaba de que debía de tener algo realmente rompecocos porque algunos de mis alumnos y alumnas más monstruosamente bonitos no cejaban en su militancia: "Vero, vos tenés que leer esto", "cómo puede ser que no lo hayas leído", "¿en serio no lo leíste?". Y yo, cual alumna vagoneta: que soy muy lenta leyendo, es muy largo, no lo voy a poder terminar. Un verano me dije: será lo único que lea, pero podré con él. Y... y... fluía, fluía, arrullado por el paisaje sureño de álamos plateados, los canales del valle inferior rionegrino, olía, sonaba, daban gusto los libretes. ¡No quería que se me terminaran!



Sigue diciendo el amigo Guillermo:


Y bien, yo me propongo aquí la defensa más ingrata de los libros difíciles y de la dificultad en la lectura. No por un afán especial de contradicción, sino porque me parece justo reconocer que también muchas veces en mi vida la lectura se pareció al montañismo, a la lucha cuerpo a cuerpo y a las carreras de fondo, todas actividades muy saludables y a su manera placenteras para quienes las practican, pero que requieren, convengamos, algún esfuerzo y transpiración. Aunque quizá sea otro deporte, el tenis, el que da una analogía más precisa con lo que ocurre en la lectura. El tenis tiene la particular ambivalencia de que es un juego extraordinario cuando los dos contrincantes son buenos jugadores, pero se vuelve patéticamente aburrido si uno de ellos es un novato, y no alcanza a devolver ninguna pelota. Las teorías de la lectura creen decir algo cuando sostienen el lugar común tan extendido de que es el lector quien completa la obra literaria. Pero un lector puede simplemente no estar preparado para enfrentar a un determinado autor y deambulará entonces por la cancha recibiendo pelotazo tras pelotazo, sin entender demasiado lo que pasa. La versión que logre asimilar de lo leído será obviamente pálida, incompleta, incluso equivocada. Si esto parece un poco elitista basta pensar que suele ocurrir también exactamente a la inversa, cuando un lector demasiado imaginativo o un académico entusiasta lanza sobre el texto, como tiros rasantes, conexiones, interpretaciones e influencias en las que el pobre escritor nunca hubiera pensado.


En todo caso la literatura, como cualquier deporte, o como cualquier disciplina del conocimiento, requiere entrenamiento, aprendizajes, iniciaciones, concentración. La primera dificultad es que leer, para bien o para mal, es leer mucho. Es razonable la desconfianza de los adolescentes cuando se los incita a leer aunque sea un libro. Proceden con la prudencia instintiva de aquel niño de Simone de Beauvoir que se resistía a aprender la "a" porque sabía que después querrían enseñarle la "b", la "c" y toda la literatura y la gramática francesa. Pero es así: los libros, aún en su desorden, forman escaleras y niveles que no pueden saltearse de cualquier manera. Y sobre todo, sólo en la comparación de libro con libro, en las alianzas y oposiciones entre autor y autor, en la variación de géneros y literaturas, en la práctica permanente de la apropiación y el rechazo, puede uno darse un criterio propio de valoración, liberarse de cánones y autoridades y encontrar la parte que hará propia y más querida de la literatura.

La segunda dificultad de la lectura es, justamente, quebrar ese criterio; confrontarlo con obras y autores que uno siente en principio más lejanos, exponerse a literaturas antagónicas, impedir que las preferencias cristalicen en prejuicios, mantener un espíritu curioso. Y son justamente los libros difíciles los que extienden nuestra idea de lo que es valioso. Son esos libros que uno está tentado a soltar y sin embargo presiente que si no llega al final se habrá perdido algo importante. Son esos libros contra los que uno puede estrellarse la primera vez y sin embargo misteriosamente vuelve. Son a veces carromatos pesados y crujientes que se arrastran como tortugas. Son libros que uno lee con protestas silenciosas, con incomprensiones, con extrañeza, con la tentación de saltear páginas. No creo que sea exactamente un sentimiento del deber, como ironiza Borges, lo que nos anima a enfrentarnos con ellos, e incluso a terminarlos, sino el mismo mecanismo que lleva a un niño a pulsar "enter" en su computadora para acceder al siguiente nivel de un juego fascinante. Ellos no ocultan su orgullo cuando se vuelven diestros en juegos complicados ni los montañistas se avergüenzan de su atracción por las cumbres más altas.

Y esto es definitivamente lo que no sabía cómo decirles sobre El sonido y la furia, de William Faulkner (otro veranito, je). Leí una edición que recomiendo enfáticamente, para los porteños, porque el tema de la traducción en este caso es de vida o muerte: la de Libros del Mirasol (solo en librerías de viejos). Lo que encontré en este libro lo publiqué en una nota en otro lado, que enlazo en un comentario, porque refiere al argumento. Aquí solo diré que es para nivel experto en desafíos (mis alumnit@s de taller lo vivieron y podrán comentar aquí más) pero uno entiende por qué escritores nuestros como Cortázar o García Márquez o Vargas Llosa no pueden (todo lo contrario) negar en Faulkner a uno de sus Maestros.


Y la última de Martínez:
Hay una última dificultad en la lectura, como una enfermedad terminal y melancólica, que señala Arlt en uno de sus aguafuertes: la sensación de haber leído demasiado, la de abrir libro tras libro y repetirse al pasar las páginas: pero esto ya lo sé, esto ya lo sé. Los libros difíciles tienen la piedad de mostrarnos cuánto nos falta.
Las repeticiones son algo raro. Por ejemplo, con la última película de Woody Allen (Vicky, Virginia, Barcelona: me encanta este título donde la tercera es la ciudad, cosa que hace honor a la historia en muchos sentidos). Era otra vez Woody Allen, el muy querido. Pero nuevo otra vez, como si aún no lo conociéramos, y él todavía gozara de buscarse tonos, colores, modulaciones en los diálogos que no tuviera recorridos ya. Un nuevo lugar, una nueva posición. Y me hizo recordar a Almodóvar, claro, pero no trataba de imitarlo, sino que le había aprendido algo (como a Bergman, aun cuando probara repetir sus películas plano por plano).

En cambio, hace como un año fui al encuentro de José Pablo Feinman. Le tenía mucha fe, mucho entusiasmo. La emprendí con una de sus novelas más famosas: Últimos días de la víctima, y es un problema si uno ya ha visto mucho cine, como su autor. Mejor me fue con Ni el tiro del final, que no es un policial, que ni lo intentó, que tiene un entramado de historias que da el gusto; pero, otra vez, cansan un poco los diálogos soñados en clásicos hollywoodenses, siempre esos remates como decía una amiga "de escalera" (de cuando ya te fuiste de "una situación" y pensás "tendría que haberle dicho..."). Cada línea no puede ser un remate, Feinman. Y en cambio, lo mejor, por ahora, fue una novela que no encontré muy citada por allí, con un estilo dejado de la mano del cine, un Feinman que por fin hace literatura, digamos: El mandato. Esta es una gran novela, ubicada la acción en el sur de Argentina, con una patria y un padre que te recontra...



PD: Lea Crímenes imperceptibles, de Guillermo Martínez. Un policial que desafía a los asiduos del género: poderosa vuelta de tuerca al policial clásico, que ya es mucho más que difícil de escribir, desde la caída del positivismo.
La película está bien pero no le saca, a mi gusto, el jugo cinematográfico que hubiera podido si hubiera jugado en clave de cine las referencias transtextuales que Martínez trabaja en términos literarios.

PD2: los invito a publicar y comentar sobre libros que les haya costado muchísimo leer o sobre escritores o libros ante los que sintieron que ya todo lo sabían.


Como siempre, gracias a los fotógrafos inefables que uno puede conocer en Flickr. En este caso, a Mariana, a Katerina, a Memo Vázquez, a L´etrusco y a Eightpoint59cc. Si cliquean en las fotos, pueden acceder a las páginas correspondientes.

miércoles, 18 de febrero de 2009

Crímenes ejemplares, de Max Aub

En la Boutique de Palermo, un poco caro y con una edición que reprime todo remordimiento de conciencia monetaria, puede conseguirse Crímenes ejemplares, de Max Aub, un autor francés que escribió buena parte de su obra en México, en español, y del que sabía muy poco y solo conocía un textito de este libro que anda circulando por internet (creo que se llama Hablaba y hablaba y hablaba...). El texto, a grandes líneas, presenta confesiones de homicidas, suicidas y antropófagos, reales (según dice el autor en el prólogo) y recogidas en España, México y Francia, aunque no tomadas de sumarios, sino con la ayuda poco ortodoxa (pero, aparentemente, muy efectiva) de algún hongo mexicano. Muy grato leerlo, por varios motivos. En principio y evidentemente, el morbo. Morbo gourmet, podría decir, porque la selección de textos me pareció maravillosa. Es, además, por su formato antológico, uno de esos libros que te llevás para leer en el colectivo o tomar prueba. Pero lo más interesante de leerlo creo que fue una pregunta que me dejaron picando varios de los textos: ¿Cómo fue que me contuve? ¿Qué es eso que hace que automáticamente suprimas las ganas, o que no lo consideres una posibilidad? Ni se me había ocurrido pensarlo antes de leerlo y me hizo revisar todo lo que creía que ya había entendido de Foucault, a través de la carne propia ajena. Me pegó por ese lado y me gustó.

Algunos textos:
Lo maté porque estaba seguro de que nadie me veía.

Se suicida uno por cualquier cosa.

¿Ustedes no han tenido nunca ganas de asesinar a un vendedor de lotería, cuando se ponen pesados, pegajosos, suplicantes? Yo lo hice en nombre de todos.

Lo maté porque, en vez de comer, rumiaba.

¡Que se declare en huelga ahora!

Mató a su hermanita la noche de reyes para que todos los juguetes fueran para ella.

Me la devolvió rota, señor, y me dio una penada... Y se lo había advertido. Y me la quería pagar, la muy... Eso, solo con la vida.


Puede ser interesante cruzarlo con Penas de muerte de Mariano Lucano, libro editado por la revista Barcelona en el que el autor hace una selección de sentencias de muerte y las ilustra con collages propios.


lunes, 16 de febrero de 2009

Pudor, de Santiago Roncagliolo

El "insert de verano" en Crítica de la Argentina de hoy me hizo acordar de este escritor peruano que conocí hace unos pocos años con la novela de la que hablo acá. Santiago Roncagliolo tiene ahora unos 34 años... y Pudor es una suerte de fantástico policial sobre el deseo y el miedo, contado a través de una sensorialidad pulidísima de descripciones y diálogos escuetos, ahí, como apuntes del anhelo, como empujones poéticos.

Suelo desilusionarme con los famosos "paratextos". No es el caso. La mejor definición es la de su epígrafe:

Pudor (del lat. Pudor, -oris) m.
Honestidad, modestia, recato.

(del lat. Pudor, -oris) m.
Desus. Mal olor, hedor.

¡JA!

La foto de la tapa (de Jock Sturges) y la novela se merecen mutuamente.




¡JA!

Por una vez, la contratapa no dice estupideces (la escribe el autor):

"Esta es una novela sobre la intimidad [digo yo: no es lo mismo que decir que es una novela intimista, que no sé qué significaría pero que me he cansado de encontrar por ahí dicho de tantas cosas, películas, música, literatura], sobre los deseos y los miedos que no confesamos ni siquiera a quienes más queremos, sobre los secretos con que nos protegemos para que los demás no nos hagan daño. Sus personajes son un hombre que va a morir, una mujer que recibe anónimos pornográficos, un niño que ve cadáveres, un gato que quiere sexo, esa clase de gente. Como muchas familias, todos esos personajes viven juntos y todos están solos. A veces me pareceuna historia muy triste y sórdida, y a veces creo que es una comedia. Es lo que tienen en común las familias y los sentimientos, que nunca se ponen de acuerdo.

¡JA!

¡Alta literatura!



Santiago Roncagliolo. Pudor. Argentina: Alfaguara. 2005

viernes, 13 de febrero de 2009

Solos y solas de Tamara Kamenszain


La primera vez que escuché un poema de esta autora argentina fue en una clase de Literatura Hispanoamericana. Se llamaba algo de..."...living". Desde ahí me gustaron sus espacios.
Y empecé a recorrer lugares intentando encontrar un libro con poemas suyos. Pero nada, sólo encontraba ensayos. Hasta que un día en la hermosa Boutique del libro de Palermo me encontré con este libro.
Y desde ahí a mí y a mi hermana (qué lindo es leer en compañía!) no nos saca nadie de esa casa solitaria.
Creo que invita a un juego de escondidas, ausencias que son más presencia, compañías que se escapan, identidades desconocidas o demasiado conocidas.

El epígrafe es de Vallejo: "Todos han partido de la casa en realidad, pero todos se han quedado en verdad. Y no es el recuerdo de ellos lo que queda sino ellos mismos. Y no es tampooco que ellos queden en la casa sino que continúan por la casa".

Hay algo de casa tomada: "soy la okupa de mi propia casa / desde que la propiedad se fue de mí (...)la puerta de entrada me espera afuera..."

Y un sin fin de poemas que empiezan por empezar: "cuando te vea por primera vez..."

/casa ahora es cuerpo/

sábado, 7 de febrero de 2009

Dellas, un mundo femenino. Charlotte Perkins Gilman

La edición de Océano/Abraxas que compré muy barata por calle Corrientes, tiene una introducción a cargo de Barbara Solomon, centrada en la biografía de la autora, y un estudio crítico de Elizabeth Russel que trata de la particular realización del género en esta obra. La introducción empieza así:

En la primavera de 1887, una deprimida y desesperada joven de Providencia, Rhode Island, viajó hasta Filadelfia para consultar al doctor Silas Mitchell, el famoso médico especialista en trastornos nerviosos. Llevaba enferma tres años, con unos síntomas que podían indicar un diagnóstico de depresión clínica. Además, su situación, su desdicha, eran ejemplos perfectos de la condición que describiría con gran exactitud tres cuartos de siglo más tarde Betty Friedan, en The Feminine Mystique, como "el problema que no tiene nombre".
Tras un mes de tratamiento en la clínica de Silas Weir Mitchell, la joven fue dada de alta con la siguiente receta: "Llevar en lo posible una vida doméstica... Efectuar dos horas diarias de vida intelectual. Y no tocar nunca una pluma, lápiz o pincel en toda su vida".
Afortunadamente para la posteridad, a la paciente que era Charlotte Perkins Gilman (1860-1935) -aunque más tarde cambió el último apellido por el de Stetson, o sea que se casó-, le fue imposible seguir las instrucciones del doctor Michell y escribió su autobiografía contando todo lo que la había conducido casi a la locura.

La vida de esta mujer es otra novela, me tienta seguir transcribiéndola, pero ya la encontrarán por allí. Ahora, este comienzo me hizo recordar a aquella película Tom y Viv (1994) de Brian Gilbert, sobre Vivien Heigh-Wood, la esposa de T. S. Eliot, el poeta. Y a otra australiana de esa misma época, pero cuyo nombre ahora no recuerdo. Ambas, historias de mujeres que son encerradas Bien por Charlotte, entonces, qué más decir, porque además, después la rompió: escribió de todo, economía, historia, salud, y cuentos y novelas.

Pero esto es... una utopía. Esa clase de relatos que comienza casi siempre con que alguien perdió el rumbo (jeje, "en la mitad del camino de la vida") y fue a parar no a un lugar ni a un tiempo, sino a un mundo con el que va a tener la conflictiva relación de temor y deseo, de incomprensión y fascinación. En este caso, son tres muchachos que representan sendas posiciones de varón, que hallan un mundo de mujeres, una tierra de amazonas... "No pienso decir nada de su localización, no sea que presuntos misioneros, comerciantes o personas con avidez de conquista vayan a entrar a saco en él. No serían bien acogidos, eso os lo puedo asegurar, y saldrían mucho peor parados que nosotros, si alguna vez lelgaran a dar con él."

¿Cómo es una sociedad organizada solo por mujeres, en función de ellas mismas?, ¿en qué consiste el poder, la herencia, el nombre, las hijas?, ¿qué producen, con qué organización?, ¿tienen problemas con el medio ambiente, je?, ¿en qué sentido y cómo se educan, sobre qué?, ¿qué es una hija?, ¿qué es una madre?, ¿qué entienden por salud o enfermedad, por ley o por crimen? ¿Tienen sexo?

¿Cómo miran a los hombres que saben que existen?, ¿qué quieren de estos jóvenes, que no los dejan salir?

Charlotte Perkins Gilman. (1915) Dellas, un mundo femenino. (Trad. de Jorge Sánchez.) Barcelona: Abraxas. 2000.

jueves, 5 de febrero de 2009

3 de Saccomano


Para variar, no voy a hablar de novedades, pero tampoco se trata de eso este blog, sino de los libros que realmente queremos compartir, intercambiar qué les pareció a otros si los leyeron, que vuelvan por aquí a "comentarnos" qué pensaron quienes los lean a partir de que nuestra recomendación haya hecho picar la curiosidad.

Y tampoco voy a hablar de uno sino de dos (y seguro que de tres, al final...). Son los de Guillermo Saccomanno La lengua del malón -que podría ahora reintitularse 55- (2003) y 77 (2008, este sí es más nuevito). Están entrelazadas (tanto que si uno leyó La Lengua... mucho no le caben las citas que hace a ella en 77, pero... ¿les pasó alguna vez que una película o un libro sean tan buenos que en cierto momento piensen, en un diálogo virtual con el autor que todos llevamos dentro: "mirá, de acá en más, hacé lo que quieras, no lo podés arruinar, te lo perdonamos todo"... bueh, así sucede con ese detalle en 77).


Los números se refieren a los años que tienen como mojón estas historias en las que se revuelve a cucharonazos el peronismo, el antiperonismo, la militancia, los compromisos, la familia, la literatura (¿o qué será, qué será?), el amor, la sexualidad, todos en la puta calle. Y sí, además, son novelas muy urbanas, muy porteñas, realmente.

(Con todo lo que hay que leer, ¿cómo se puede releer así como deseo...? En fin.)

PD: La tercera es El pibe (2006), que a uno le gustaría suponer autobiográfica más aún de lo que seguramente lo es, solo porque su voz parece decir "solo quiero que me amen..., che" y uno ama, entonces. Otra vez, el peronismo y... Mataderos, una flía. dividida entre dos barrios, entre compromisos y levedades políticas, y un pibe, como un paréntesis entre las identidades que le suponen, se lo anticipan, lo dicen... esas cosas. Yo descubrí con esta novela a este autor y lamenté haber estado perdiéndomelo.



Todas salieron por editorial Planeta. ...¿Y qué?

lunes, 2 de febrero de 2009

Loco afán, de Pedro Lemebel


Este libro lo leí cursando una de mis materias preferidas, y dentro de todos esos libros que tanto me gustaron este fue el que más más. Por eso quería compartirlo.
El género, crónica. Literaria. Y algo más que no sé, hay que leerlo, la narración es como una savia que se te va metiendo en el cuerpo. Es terrible. Pero imposible de dejar una vez que empezaste. Confieso, me daban ganas de leer en voz alta y, lo que no me pasa nunca, no podía leer los finales sin llorar. Pero no era un llanto de emoción ni de tristeza. Era raro. De eso se trata justamente. Y no digo más.
Acá pueden encontrar algo: http://lemebel.blogspot.com/
Buenas noches.

Sils
 
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