martes, 10 de enero de 2012

El mármol, de César Aira

Material que herido por el arte forja a los héroes... Algo así. El desvarío, el sinsentido es desgarrado en su día a día por la pertinaz voluntad de escribir. Un hombre necesita hacer fuerza por esa escritura como por una urgente catarsis. Todo lo que no se debe contar: los sueños, la propia escritura, los prejuicios, la alegría de la palabra, Aira te lo cuenta: no te distraigas, no creas que ya lo leíste, no es lo mismo. Es como si alguna vanguardia hubiera querido ser filosófica o hubiera tenido fe en sí misma. Además, viene con tres diseños de tapa para elegir.
"Cuando me bajé los pantalones incliné la cabeza y miré mis piernas, los genitales, los muslos, un conjunto tridimensional, sólido, algo levantado por presión de la superficie sobre la que estaba sentado. La visión tuvo algo de sorpresa, de gratificación. No es que me hubiera olvidado de la existencia de mi cuerpo, ni que la hubiera negado. Pero no la había tenido presente en todo el día, y quizás hacía varios días qeu no la llevaba a la conciencia, ocupada en problemas, obligaciones, distracciones, en todas las tareas grandes o pequeñas a que nos obliga lo cotidiano. Y de pronto... ahí estaban, mis miembros del placer y de locomoción, sanos y en forma, recordándome que como estaban ellos estaban también los pies que no veía en ese momento y el pecho y los brazos y la cabeza y todos los órganos internos, y hasta los ojos que veían... Me recordaban que lo animal en mí seguía vivo, lo biológico, la representación individual de la especie; un recordatorio de potencia de acción, una promesa de tiempo y movimiento. Fue una visión fugaz; no me demoré contemplando lo que conocía tan bien: fue el primer instante el que contó, y la sensación de íntima felicidad que persistió, sin causa explícita, sin mucha justificación, pero persistió. Basta tan poco para alzarnos por encima del trabajo trivial y absorbente del negociar el día-a-día. Como digo, fue un instante. Me demoré en relatarlo y explicarlo, y ahora que lo he hecho descubro que no puedo recordar en qué circunstancia me bajé los pantalones."
Etiquetas: escritor, Buenos Aires, chino, cucharita lupa, sapo, supermercado, glóbulos, inodoro, lapicera, códigos culturales, hebilla dorada, piedra, memento.

martes, 3 de enero de 2012

Del tomate, de Guillermo Saavedra y Eduardo Stupía


Elegir de entre las formas una que no termina de ser redonda, elegir una fruta no fruto, elegir su historia en el mundo y en la persona más propia, elegir el color, la vida, la sensualidad, el miedo de la sangre, elegir el ardor y la frescura, la agonía del ombliguismo y todo para hablar de todo... He ahí la cuestión tomate.


Elegir de las coplas, del humor que hiere los días, elegir de los sueños y sus revelaciones, de los poetas queridos hasta Vallejo hablándote, elegir de las lenguas todas las nuestras por las que morimos. He ahí la cuestión poeta.




Elegir de los contrastes, de los adentros los de afuera, de la materia que sobra y sella su beso con el papel (materia de tomate), de la calle su imagen y las nuestras, de los bordes, del grano, de la ilusión el tiempo escurridizo que informa... He ahí la cuestión dibujante.

Elegir de las emociones, la memoria, de los miedos el que lo diga, de cada ritmo la manera de sangrarse en la frescura asemillada. Leer otra vez el libro de poesías y dibujos de Guillermo Saavedra y Eduardo Stupía, Del tomate (España: Pre-textos poesía, 2009), como con aquellas películas que nos llaman a volver a ellas apenas terminamos de verlas. Desde el epígrafe mismo encontrar un libro de poesía y dibujos no como colección de escritos ilustrados, sino como obra, como búsqueda sostenida, como empresa casi más que humana de dos artistas en diálogo sonreído de barros y costillas.
 
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