sábado, 10 de julio de 2010

Papá/ Patria, de Federico Jeanmaire

Para Martina, que un día me dijo

"¿por qué no escribimos todos, en lugar de que unos escriban y otros tengan que corregir?"

para Silvana (que tiene la imagen duplicada)


Somo hijxs del contubernio entre una tierra y las palabras.


A Federico Jeanmaire, confieso, llego por deformación profesional (que no es la de comprar y devorar revistas de crítica literaria ni la de leer los suplementos culturales de los grandes medios... no): había que dar El Quijote (hay que decirlo así, no es por eso menos bello: “había que dar”) y la versión adaptada que habíamos encontrado, terriblemente buena (supongo que por eso ¡los de Emecé no la reeditan!) estaba preparada por Ángeles Durini y Federico Jeanmaire. Tan bien escrita que lxs alumnxs volvían reír o enfurecer, como debe ser, ante las derrotas del loco de La Mancha.


Entonces, había que leer a Jeanmaire, a ver qué se traía por su cuenta. Y encontré allá por 2007 , Papá (que es del 2003)y lo llevé a una clase que funcionó como un relojito. Yo había encontrado un hueco en la adaptación (otro mérito de la versión: lxs alumxs pedían ya el texto original de Cervantes, y había que elegir bien para no privar de la sorpresa): se había suprimido todo el capítulo de la diatriba entre las armas y las letras. En Papá, la relación (que no siempre diálogo) entre padre e hijo está articulada sobre este tópico. Así que a la clase llevé el capítulo de Cervantes y una selección de diferentes momentos del libro de Jeanmaire...

Y digo “libro” porque es un problema de género: es autobiográfico, desde las tripas de la propia historia, pero no es una autobiografía en el sentido de pretender consolidar imagen alguna del yo, al contrario: es una revisión de la propia construcción, eso que hubiera podido decir la retaceada creatura de Frankenstein (todxs lo somos un día); así que un poco es novela, como la que le contamos al analista. Solo que el análisis de Jeanmaire dista mucho de ser individual, y por eso escribe y publica y nosotrxs leemos.

El tratado de paz más duradero que suscribí con mi padre tiene que ver con la verdad, sin duda. Tiene que ver, de algún modo, con ese libro gordo de tapas blancas que almacena en su biblioteca y con muchos libros que guardo en la mía muy a pesar del asco o de la bronca que él debía sentir al tropezarse con sus lomos cuando, de visita en mi departamento, pasaba distraído hacia el baño. Un acuerdo tácito que reconocía la imposibilidad del diálogo sobre algunas cuestiones. El diálogo hubiera supuesto un esfuerzo de comprensión para con la postura del otro realmente imposible de darse entre nosotros. Hubiera supuesto escuchar con ganas de entender o con ganas de cambiar al menos alguna de nuestras muchas ideas al respecto de lo que aconteció en el país a lo largo de los años que la historia nos permitió ser contemporáneos. Al volver de Europa, a fines del ochenta y tres, yo era bastante más adulto que cuando cuando me había ido. Bastante más. Ya no pretendía cambiarlo y sospechaba que para mantener algún tipo de relación con ese hombre, la solución debía pasar por la aceptación mutua de las diferencias. En el caso de las nuestras, al ser tan políticamente enormes, las diferencias tendrían que callarse para siempre. Y entoces, me callé en su presencia y él también supo callarse en mi presencia. Los dos seguimos pensando más o menos lo mismo que pensábamos, pero nos cuidamos de no interferir en los pensamientos del otro. Remedamos de manera privada, en algún sentido, el pacto público que había hecho casi todo el resto de la sociedad. Un pacto de silencio, cobarde, pero que al menos nos permitía convivir en el presente. Aunque, qué animal extraño el ser humano, el rencor o las heridas o el pasado, no sé muy bien qué, los dos sentíamos que habíamos perdido con ese silencio que habíamos sabido construir de mutuo acuerdo, los dos seguíamos pretendiendo el futuro y no nos alcanzaba con la zonza paz del presente. Los dos, creo que los dos, y también casi todo el resto de la sociedad.

Ahora mi padre está tirado en la cama, casi no habla y, lo poco que habla, apenas si se le entiende. Ha perdido el futuro y el rpesente es un silencio que no ha posido acordar con nadie.”


Bellísimamente escrito, años después decidí buscar su “continuación”, que en el sentido de análisis: sigue hacia atrás: Patria (2006), que es también hacia adelante. En esto, y salvando las distancias -porque el de Teresa Andruetto se propone abiertamente como una novela, una ficción-, me hizo recordar a un gran gran librito que se vende como para jóvenes: Stefano.

Patria es el relato de la escritura de un viaje juvenil a Europa y al menos uno se pregunta si no es esta vez la escritura más iniciática que el viaje. Es un libro sobre el valor de volver a contar historias, del valor que hay que tener, digo, para volver a contar. Y algo que importa: no es por ello un libro destinado al regodeo autombliguístico de los de letras, sino uno para los que han deseado -por decirlo de un modo ochentoso- procrearse ellos mismos otra vez.


“Una zoncera decirse a uno mismo, un día, un día cualquiera, lo que uno ya sabe. Lo que uno ya sabe pero, por alguna razón, nunca se ha animado a formular en términos tan precisos. O quizás tan inexorables, no sé. Decidirlo y hacerlo. Ser. Y entonces empezar ese mismo día, ese mismo día de fines de febrero del ochenta y uno, a serlo todo el día, todos los días. Comprometerse con el futuro, de alguna manera. O pararse frente a la libertad y comenzar a mirarla de otra forma. Más pequeña, la libertad. Más palpable. Mucho más propia y menos de los otros. Dejar de ser dios de una vez y para siempre, para sólo, solamente, intentar convertirme apenas en un escritor.”

“Está por amanecer en Buenos Aires. Falta muy poco. Ya se presiente algo de claridad con ganas de meterse por las rendijas de la ventana. Y, apenas amanezca, tendré que ir hasta la habitación que queda del otro lado del pasillo, despertar con un beso o dos ami hijo de sus sueños, ayudarlo a vestirse, prepararle el desayuno y acompañarlo unas cuadras a la escuela.

La noche se acaba.

Empieza a terminarse.

Y también empiezan a terminarse los recuerdos de la libertad. Aquellos sueños europeos. Míos. Necesito terminar de escribir esta noche. Eso sí que lo sé. No puede haber otra noche igual a esta. No puede haberla. No la imagino.

Entonces, no me detengo.

Sigo, mientras todavía quede algo de noche por delante.”


Son dos libros que ahora que los recorro para elegir un fragmento que regalarles, ya quiero volver a leer.


Jeanmaire, Federico. Papá (2003) y Patria (2006). Bs. As.: Planeta. Colección Seix Barral Biblioteca Breve.

8 comentarios:

  1. Lectura lucidísima de Jeanmaire.Comparto y aplaudo la mirada que hacés sobre su obra.Verónica

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  2. Verónica: estuve "husmeando" por estos blogs.Leí los registros de clases de tus alumnos y la investigación de "enseñar Lengua".Los felicito porque realmente jerarquizan lo que es hoy,ser docente de Lengua.Ante tanta desvalorización d e nosotros,los profesores y ante la mirada social que se construye-mal- de lo que sucede en las aulas,lo de ustedes es valiosísimo.Un abrazo-Verónica..

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  3. Muchas muchas gracias, "Anónimo", jeje. Pongan sus nombres! Besos

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  4. Hola! Después de secarme un poco las lágrimas al finalizar con PAPÁ quise buscar en Internet sobre la obra (alguna crítica,tal vez) y me encontré con esta entrada. Muy buena...ahora quiero leer PATRIA (espero conseguirla)Una curiosidad : ¿Qué edad tenían los chicos con los que trabajaste la intertextualidad?

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  5. Me llamo Verónica,Verónica........

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  6. Vero... acabo de leer La patria y he quedado en el estado en pocas obras me han dejado. Voy a por Papá... te contaré sobre le camino inveros! Besos.. Caro Schiavone

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