“Corrían los primeros días de la primavera. (…) Sara estaba
llorando sobre el menú” Así comienza Primavera
a la carta. ¿Por qué lloraba Sara ?
¿Y justo sobre el menú? ¿Y qué tiene que ver la primavera?
O´Henry formula y
sostiene hasta el final del cuento estas
tres preguntas que mantienen atrapado al lector en busca de respuesta. Con
sutil ironía y disgresiones intencionales sobre el oficio del ”buen escribir”,
el autor establece una relación de complicidad inmediata con el lector y comienza por el conflicto. Vuelve sobre esta
escena inicial una y otra vez, sin avanzar en el desarrollo del argumento. Párrafo
tras párrafo vamos conociendo la vida de Sara, joven mecanógrafa neoyorkina, empleada
de un restaurante, enamorada de un granjero… con cada dato que se agrega el
llanto sobre el menú cobra mayor profundidad
y genera a la vez mayor desconcierto: pese a la abundancia de
información, nada logra explicarlo. Las imágenes campestres agregan contenido
literal y simbólico pero sólo aumentan la incertidumbre y la curiosidad. El texto crece en tensión y únicamente el
doble desenlace permite comprender la totalidad del cuadro -- y
abrazar a Sara con una sonrisa al leer la última frase.