miércoles, 8 de abril de 2009

Borges y los orangutanes eternos, de LF Verissimo y El asombroso viaje de Pomponio Flato, de E Mendoza

Estos dos libros son parodias del policial, y de los dos se puede decir, más o menos, lo mismo: que los dos son muy divertidos, que son irreverentes y que están llenos de ese tipo de referencias que alimentan el propio orgullo nerd.

Borges y los orangutanes eternos narra la historia de un traductor de una revista brasilera sobre Poe, al cual le llega un texto de Borges para traducir, cuyo final considera aburrido y cambia a su gusto. Borges le envía una carta con su clásico tonito irónico para quejarse del asunto y el protagonista de nuestra historia pasa varios años acechando la casa de Borges en Argentina para intentar pedirle perdón, pero no lo consigue. Muchos años después, se encuentran en un congreso sobre Poe, en Buenos Aires. Borges jamás reconoce a su apócrifo, hasta que el asesinato de uno de los congresistas los pone como pareja de detectives.

Pomponio, el protagonista de El asombroso viaje de Pomponio Flato, es un romano advenedizo que viaja por todo el imperio romano en busca de una fuente milagrosa para curar el mal que lo aqueja: una fuerte diarrea. Unos árabes lo llevan hasta Nazaret, donde se supone que hay una fuente milagrosa. Allí lo contacta un niño, Jesús, que ha escuchado sobre la llegada de este romano flatulento y le pide que lo ayude a demostrar la inocencia de su padre José, un carpintero a quien se lo acusa de haber cometido un asesinato. Aquí la pareja de detectives está compuesta por Pomponio Flato y, nada menos, Jesús.

De los dos libros puede decirse, también, que no son gran cosa en materia literaria.

viernes, 3 de abril de 2009

Mal de escuela, de Daniel Pennac




El amigo Daniel Krichman recomienda:




El libro me parece una maravilla cómo está escrito y el relato que hace del personaje (él mismo). Además, es una prueba palmaria de que el capitalismo no tiene preferencias de raza, credo ni religión... En todos lados hace pelota todo.



Y si gusta lo que sigue, nos ofrece más en Máquinas con palabras.



Los pobres y el oxímoron

Vamos, vamos, cálmate, ya sabes que los pobres gritan, es una de sus características, una invariable histórica y geográfica, gritan desde siempre y en todo el mundo, y gritan más cuanto más rodeados están de pobres, los pobres, porque ellos también gritan, para hacerse oír, ¿comprendes? Los pobres tienen los tabiques finos. Y sueltan muchos tacos, es cierto, pero sin
mala intención, tranquilízate, y cuanto más hacia el sur baja la pobreza, más sexuales son los tacos y más religiosos, o ambas cosas a la vez, pero naturalmente, por así decirlo, porque no te has cruzado en su camino para explicarles que eso está mal. Mira, ya en mi infancia, los pobres de mi aldea decían «La puta Virgen!», no paraban de decir «¡La puta Virgen!», el «Porca
madonna» de los pobres llegados del gran Sur italiano, y sin embargo nada le reprochaban a la puta del sábado por la noche ni a la Virgen María del domingo por la mañana, era un modo de hablar, cuando se daban un martillazo en los dedos, ¡eso es todo! Un martillazo en el índice y, hala, un pequeño oxímoron:«¡La puta Virgen!»...

¿Sabías que los pobres practican el oxímoron? ¡Pues sí! ¡Es algo en común entre nosotros, ya ves! Nosotros el bolígrafo, ellos el martillo, pero juntos el oximoron. Alentador, ¿no? A ti, que tanto temes que la oleada de su jerga barra todas las sutilezas de nuestra lengua, eso debería tranquilizarte. ¡Ah!, quería decirte también que no tengas miedo de su jerga. La jerga del pobre de hoy es el argot del pobre de ayer, ¡ni más ni menos! Los pobres hablan en argot desde siempre. ¿Sabes por qué? Para hacer creer al rico que tienen algo que ocultarle. No tienen nada que ocultar, claro está, son demasiado pobres, sólo unos pequeños trapicheos por aquí y por allá, naderías, pero quieren hacer creer que ocultan todo un mundo, un universo que nos está prohibido, y tan vasto que sería necesaria toda una lengua para expresarlo. Pero no hay mundo, claro está, y no hay lengua. Sólo un pequeño léxico de connivencia para mantenerse calentito,
para camuflar la desesperación. No es una lengua el argot, apenas es un vocabulario, porque su gramática, la de los pobres, es la nuestra, aunque reducida al mínimo, es cierto: sujeto, verbo, complemento, pero la nuestra, la tuya, tranquilízate, tu gramática francesa, nuestra gramática;
los pobres necesitan nuestra gramática para comprenderse entre sí. Queda el vocabulario, claro está, el de esos jóvenes del enésimo círculo, un vocabulario que tú consideras de una pobreza insigne (y visto desde tu altura seguro que es así), pero tranquilízate también a ese respecto, el
léxico de los pobres es tan pobre que la mayoría de las palabras se las lleva muy pronto el viento de la historia, briznas, briznas, muy poco pensamiento para lastrarlas... Casi ninguna se posa en las páginas del diccionario: «pava», «pasma», «polla», por ejemplo, para esos jóvenes de hoy; es todo lo que he encontrado, he buscado por encima, todo hay que decirlo, menos de un cuarto de hora, pero sólo he encontrado «pava», «pasma», «polla» en el diccionario, eso es todo, ya ves, no es gran cosa, tres palabritas muy comunes que desaparecerán una vez vuelta la página de la
época; los diccionarios solo garantizan una pizca de eternidad...
Una última palabra para tranquilizarte plenamente: ve a correos, abre la puerta de tu ayuntamiento, toma el metro, entra en un museo o en una oficina de la Seguridad Social, y ya verás, ya verás, sentados detrás de la ventanilla te recibirán la madre, el padre, el hermano o la
hermana mayores de esos jóvenes de lenguaje deplorable. O haz como yo, ponte enfermo, despierta en el hospital y reconocerás el acento del joven enfermero que empuje tu camilla
hacia la sala de operaciones:
-¡Tranqui, tío, que estos pavos controlan!

miércoles, 1 de abril de 2009

Siddhartha, Herman Hesse




" ¡Qué sordo y limitado he sido! -pensó luego aligerando el paso-. Cuando alguien lee un texto cuyo sentido quiere descifrar, no desdeña los signos ni las letras, ni los considera una ilusión, un producto al azar o una envoltura sin valor, sino más bien los lee, los estudia y los ama, signo por signo y letra por letra. Pero yo, que deseaba leer el libro del mundo y el libro de mi propio ser, desprecié sus signos y sus letras en función de un sentido que les había atribuido de antemano. Y denominaba ilusión al mundo de las apariencias, considerando mis ojos y mi lengua como fenómenos contingentes y sin valor alguno. Pero esto ya pasó: me he despertado, estoy totalmente despierto y hoy, por fin, he nacido."

Siddartha, Herman Hesse. 1992
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